Tlaxcala, Cuna de la Nación

martes, 4 de diciembre de 2007

La conquista tlaxcalteca del noreste de México: La hispanofobia de la burocracia "cultural" mexicana procura ignorar el heroí­smo de estos indí­genas que ayudaron a pacificar medio paí­s y abrirlo a la civilización. Pero al cabo la verdad prevalece sobre la historia oficial.

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Publication Date: 01-MAY-04

Cuando afirman con orgullo que no fueron ví­ctimas, sino protagonistas de la conquista y colonización de México, los tlaxcaltecas modernos irritan a los "indigenistas" más acartonados. Sin embargo, estos iconoclastas de la cultura oficial no se refieren a la alianza que sus antepasados hicieron con Hernán Cortés para derrotar a los aztecas, sino, más bien, a la obra civilizadora de 400 familias de Tlaxcala que a fines del siglo XVI poblaron un rosario de aldeas en el inhóspito territorio conocido como la Gran Chichimeca.

Las expediciones para conquistar aquella parte del virreinato se incrementaron a partir de 1544, cuando fueron descubiertos ricos yacimientos de plata. Entonces la Gran Chichimeca (el hoy noreste de México) estaba poblada casi exclusivamente por belicosos grupos de cazadores-recolectores, entre los que figuraban zacatecos, guamares, tepehuanes, pames, guachichiles y tepeques, que asolaban villas y diezmaban caravanas españolas.

El historiador Philip Wayne Powell, autor del libro La Conquista chichimeca, 1550-1600, explica que aquellos aborí­genes "eran famosos por la asombrosa punterí­a y poder de penetración de sus flechas, inspiraban terror por sus métodos de tortura: viva, muerta o medio muerta, a la ví­ctima le arrancaban el cuero cabelludo, a veces junto con la piel de la cara.

"Las mujeres y los niños de edad y fuerza suficientes para caminar al paso de los guerreros eran cautivos muy apreciados. Los niños muy pequeños eran muertos estrellando su cabeza contra las tocas. A veces los chichimecas empalaban a sus prisioneros, los despeñaban de altos precipicios o los ahorcaban".

Una nueva frontera

Los conquistadores erigieron una lí­nea de presidios (fuertes y guarniciónes) para repeler los ataques de estos salvajes. La medida no surtió efecto.

La pacificación sólo comenzó en 1587, gracias a los esfuerzos del zacatecano Miguel Caldera (1548-1597), capitán de un grupo de mercenarios al servicio del virrey. Hijo único de un explorador español y de una guachichil, el capitán Caldera --a la sazón alcalde mayor de la región Tlaltenango-Jerez-- recorrió de norte a sur y de oriente a poniente la Gran Chichimeca para combatir a los aborí­genes y al fin se convenció de que las únicas armas electivas contra tales enemigos eran la negociación y el comercio.

Caldera fue el primero en pensar que los bárbaros se civilizarí­an y volverí­an sedentarios si se relacionaban con indios evangelizados, quienes les enseñarí­an a trabajar la tierra, criar aves de corral y producir textiles, además de impulsarlos a abrazar el cristianismo. No sería tarea fácil:"Los naturales de la Gran Chichimeca eran célebres por su odio a la religión de los españoles. Despreciaban a los indios que la habí­an abrazado y mostraban la mayor hostilidad hacia los misioneros", anota Powell.

Entre 1550 y 1590 pequeños grupos de integrantes de los pueblos del sur (cholultecas, aztecas o mexicas, tarascos, huejotzingas y otomí­es) comenzaron a llegar al norte en busca de comercio o aventuras, atraí­dos por el descubrimiento de minas, la fundación de poblados y "las oportunidades de hallar trabajo, conseguir tierras o beneficiarse con el botí­n de las guerras. Sólo en la última década del siglo XVI se impulsó una emigración en masa, oficial y formalizada.

Carne de cañón

Se trataba de enviar 400 familias tlaxcaltecas para que dieran ejemplo de obediencia y cristiandad. Estos "indios aliados" --como los llamaban los españoles-- fundarí­an una docena de colonias, primordialmente a lo largo de los más de 500 kilómetros de camino entre Querétaro, Guadalajara y Zacatecas, trayecto conocido como la "ruta de la plata".

En 1590 el virrey Luis de Velasco, marqués de Salinas, autorizó el proyecto y designó al capitán Caldera "Justicia mayor de todas las nuevas poblaciones de chichimecas pacificados, encargado del bienestar y la protección de todos aquellos indios que ahora o en el futuro abrazaran la paz". Anunció, además, que los nativos colonizadores estarían exentos de dar tributos y de trabajar sin paga en obras públicas. Recibirí­an tierras para cultivo, las que no compartirí­an con los españoles ni con los chichimecas evangelizados (quienes tendrí­an sus propios poblados). Las estancias españolas de ganado mayor se ubicarí­an a un mí­nimo de 5 leguas (unos 21 kilómetros). También se aseguró que las propiedades de los capitanes tlaxcaltecas comisionados para conducir a su pueblo hacia el norte, no serí­an dañadas ni arrebatadas en su ausencia.

De Velasco decretó que los indios colonos gozarí­an de autorización para montar a caballo y portar armas (los tlaxcaltecas serí­an los únicos indí­genas del virreinato investidos de tales privilegios); y prometió ropa, ví­veres e instrumentos de trabajo durante 2 años para cada nueva colonia, cuyo gobierno darí­a cuenta únicamente al virrey, no a las autoridades locales. Quienes fueran al norte no pagarí­an alcabalas por comerciar con los chichimecas.

La historiadora Cecilia Sheridan Prieto acota que los tlaxcaltecas no se limitaron a fundar comunidades en la Gran Chichimeca:--Fungieron como soldados en una guerra encarnizada contra los nativos que se oponí­an a la expansión española. El plan de colonización del virrey Velasco consignó la obligación de los aliados de apoyar las incursiones militares contra los agresores.

La gran marcha

Los tlaxcaltecas aceptaron con gusto tales condiciones porque se creí­an superiores a los chichimecas. Participar en la consolidación del dominio español en aquella zona les valió el tratamiento de hidalgos. Sus privilegios tení­an carácter hereditario. --Ser tlaxcalteca en el noreste novohispano era análogo a ser preferido del rey --explica la historiadora-- y no fueron pocos los peninsulares que emparentaron con estos conquistadores indios a través del matrimonio.

Aun contra la opinión de los misioneros franciscanos, el cabildo de Tlaxcala reclutó a las 400 familias requeridas por el virrey. Según Cecilia Sheridan los religiosos no querí­an arriesgar a sus conversos predilectos: no creí­an que fuera un honor enviarlos a tierras semiáridas, con limitados recursos naturales y pobladas por "desnudos y crueles bárbaros del norte".

Al final, cada una de las 4 cabeceras de la provincia tlaxcalteca --los antiguos señorí­os de Quiahuixtlán,Tizatlán, Ocotelulco y Tepctí­cpac-- aportó 100 familias. Todas quedaron bajo la protección del teniente general Agustí­n de Hinojosa y de los franciscanos Ignacio de Cárdenas y Jerónimo de Zárate.

De Quiahuixtlán, con el capitán Lucas Téllez al frente, partieron 207 vecinos. El contingente de Tizatlán lo integraron 265; Ocotefulco aportó 22; y de Tepetí­cpac salieron 25 carretas con 228 hombres. Casi 200 mujeres viajaron en la caravana, pero su presencia no fue registrada. Los grupos llegaron a la ciudad de Tlaxcala en la primera semana de junio de 1591. Fueron concentrados en el convento de Nuestra Señora de las Nieves (actualmente en ruinas).

Iniciaron su largo viaje al noreste después de la novena a la virgen de Ocotlán, patrona de la provincia. El 15 de junio siguiente hicieron breve escala en la ciudad de México para encontrarse con el virrey De Velasco, quien los colmó de obsequios y les reiteró las promesas de privilegios en retribución de sus esfuerzos. Un par de meses más tarde llegaron a su primera meta, el pueblo de Cuisillo (en el extremo norte de Aguascalientes).

Echando raí­ces

En este punto estratégico, donde se uní­an los caminos provenientes de Michoacán, de la ciudad de México y de los asentamientos recién organizados de San Luis Potosí­, fueron recibidos por el general Rodrigo Rí­o de la Loza, gobernador de la Nueva Vizcaya, y por el capitán y justicia mayor Miguel Caldera. Su estancia se prolongó casi 3 meses, en los que no faltaron roces con soldados españoles, problemas por falta de agua y algunos casos de diarrea.

Para octubre siguiente Caldera y Del Rí­o notificaron el próximo destino de cada contingente: el de Tepetí­cpac se instalarí­a en el poblado de San Luis (el actual barrio de Tlaxcalilla, de la capital potosina) y formarí­a una colonia en Mexquitic de Carmona (también en San Luis Potosí­). El grupo de Quiahuixtlán avanzarí­a hacia Colotlán (Jalisco); y el de Ocotelulco llegarí­a a los pueblos que hoy se llaman San Andrés del Teúl y Chalchihuites, en Zacatecas.

A la brigada de Tizatlán le tocarí­a participar en la fundación de una docena de ciudades en Nuevo León y Tamaulipas (donde sobrevivieron a epidemias de viruela); Texas (San Antonio) y Coahuila (Parras, Monclova y Cuatrociénegas). Casi todos los colonizadores se convirtieron en prósperos agricultores. Por ejemplo, los que llegaron a San Esteban de la Nueva Tlaxcala, en la periferia de Saltillo, recibieron un total de 1,540 hectáreas para el cultivo y la ganaderí­a.

Mientras los tlaxcaltecas estaban dispersándose rumbo a sus nuevos hogares en la frontera, fueron incorporados al proceso de provedurí­a del rey. El 16 de septiembre de 1591, en la caja real de Zacatecas, el jefe abastecedor de la frontera, Antonio López de Zepeda, recibió 1,000 pesos para comprar carretas, bueyes, arados y enseres para los nuevos colonos Trompetas, chirimí­as y flautas les fueron enviadas para sus ceremonias y diversiones; también les mandaron por lo menos 4,500 ovejas, miles de cuchillos de carnicero y agujas de zapatero, y recibieron pagos de la tesorerí­a real para la construcción de casas.

Legado de valientes

El único atentado contra los colonizadores ocurrió en abril de 1592 cuando un grupo de tepeques, usiliques y zacatecos se lanzaron contra la rancherí­a zacatecana de San Andrés del Teúl. Powell y otros historiadores señalan que murieron unos 60 tlaxcaltecas.

Miguel Caldera enfrentó a los agresores de San Andrés con su habitual estilo de dar presentes, mezclado con la necesaria exhibición de fuerza militar. En cuanto capturó a los culpables del ataque los remitió a Zacatecas para enjuiciarlos y pasarlos por las armas. Retornó a Mexquitic, su cuartel general, a fines de julio o principios de agosto de 1592. Mantuvo inalterable la rutina hasta el 2 de noviembre de 1596 cuando sufrió un derrame cerebral. En septiembre de 1597 decidió viajar a la ciudad de México en busca de cura. Alcanzó a llegar a San Juan del Rí­o, Qro. Murió la noche del 20 de septiembre. Aunque jamás se casó, procreó una hija de nombre Isabel.

Para entonces la pacificación de la Gran Chichimeca estaba consumada. Powell anota que "en casi todos los aspectos la empresa cumplió o superó las esperanzas de quienes la planearon. La presencia de aquellos valientes indios fomentó la imitación, entre los chichimecas, de modos de vida pací­ficos y más civilizados".

La colonización tlaxcalteca se prolongó por casi 2 siglos: En 1757 un contingente marchó al oeste de Texas para colaborar en la pacificación de los apaches. En 1777 otro grupo fundó el pueblo de San Miguel de los Tlaxcaltecas, cerca de Santa Fe, Nuevo México. Para entonces muchas de las colonias se habí­an convertido en barrios de las ciudades norteñas y la mezcla de su población con la de otros orí­genes se reflejó en la pérdida de privilegios.

La hispanofobia de los historiadores mexicanos más renombrados --y su interés por presentar a todos los aborí­genes de este paí­s como enemigos acérrimos de los españoles-- ha ocasionado que la hazaña de las 400 familias tlaxcaltecas solamente reciba homenaje en Tlaxcala, cuya capital reúne cada primera semana de junio a decendientes de aquellos migrantes, quienes, con el apoyo del gobierno estatal, organizan eventos culturales (conciertos, bailables y muestras artesanal y gastronómica) en los que participan niños y adultos de comunidades mexicanas y estadunidenses fundadas por la "diáspora". Invariablemente los festejos culminan con la recreación de la partida de los conquistadores indí­genas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente aportación, desgraciadamente ni siquiera los libros de historia de México le dan el lugar que merece este pasaje importante...

Anónimo dijo...

solo pàra los k creen k los los tlaxcaltgecassomos traidores, quien sabe lee esto y veras tu quizas tienes sangre tlaxcalteca. gracais hemano gran aporte